Vistas de página en total

Unos días en Altea.

Me he descrito alguna vez ya, soy Sharon (o así me hago decir), de Barcelona, Cuarenta y pico años, bonito y cuidado cuerpo.

Mi marido y yo veraneamos en Altea hace años, un pueblecito cerca de Benidorm, es un sitio tranquilo, casi aburrido, aunque tiene una zona de marcha más bien para extranjeros, pero nos gustó, y quisimos recordarlo. Así que nos organizamos 3 días solos allí.

A mediados de julio, bajamos a la playa, como siempre por la tarde, nos agobia la playa llena de gente, los niños llenándote de arena, y el calor sofocante del mediodía. Pusimos las esterillas en la arena, y la toalla encima y nos dispusimos a pasar una tranquila tarde tomando el sol y baños de refrescante agua salada.

Como siempre mi marido se quedó durmiendo boca arriba, mientras yo leía uno de los libros que había previsto terminar ese verano.

Alrededor nuestro pero no muy cerca, al estar la playa más bien vacía, se sentó una pareja de chicas acompañadas de un chico más joven que parecía ser el hermano de una de ellas, un matrimonio de mediana edad, y un chico que parecía extranjero.

Como mi marido no me hacía caso alguno, pensé que sería bueno que cuando despertase pudiese contemplar lo que pasa con una mujer que no está bien atendida. Así que me quité el sujetador del bikini, y me extendí por todo el cuerpo incluidas las tetas bronceador suficiente para evitar dolorosas quemaduras.

Los tres chicos de mí alrededor, el jovencito, el extranjero y el marido, me miraban de reojo cada vez que podían a fin de no llamar la atención a sus acompañantes, y para evitar que me sintiese observada y me tapase los pechos.

Media hora después se despertó mi marido, y me miró con aire extrañado al verme despechugada. Y después miró alrededor para intentar comprender la causa de mi repentino exhibicionismo, al no ser normal en mí en una playa familiar como es esa. Una vez conseguido mi propósito me coloqué la pieza superior del bikini.

Ya eran las siete de la tarde, el sol había bajado y estábamos planteándonos irnos. De pronto una voz con un claro acento anglosajón, desde detrás le dijo a mi marido.

- Juegass a la petanka?

Al volver la cabeza observó al extranjero con dos bolas de petanca metálicas. Y mi marido que se levantó presuroso diciendo:

- Por supuesto! Vamos a resolver el tema de Gibraltar, nos lo jugamos a una partida!, añadió.

Ambos rieron la ocurrencia de mi marido, que daba por sentado que el chico era inglés, al menos tenía toda la pinta.

Tras la partida de petanca, que evidentemente perdió mi marido, y con ello los derechos a la soberanía del Peñón puestos en juego. Aparecieron por mi lado con tres botellines de cerveza bien fría, una para cada uno de nosotros.

- Sharon. Este es Alejandro, pero todos le llaman “Alex”. Es escoces de Escocia! Vaya unos huevos, que estupidez he dicho! Como siempre mi marido con sus tonterías me presentaba a Alejandro.

- Segñora es un placer! Dijo el guiri, mientras hacía una graciosa reverencia.

- Caballero! Dije yo levantándome e imitando a modo medieval un saludo principesco.
Comenzamos una agradable charla sobre su vida en Glasgow, nos dijo que le quedaban dos días de vacaciones y que sus amigos anglosajones ya habían retornado a la Gran Bretaña y se encontraba un poco solo. El chico era majete, de uno ochenta de estatura, pelo tirando a pelirrojo, guapo sin pasarse, y fuerte sin ser musculoso.
Nos despedimos pensando que no lo veríamos más y volvimos a casa.

Al día siguiente estuve pendiente de ver si aparecía, pero no hubo manera. Me sentí defraudada, creía que iría para poder hablar con él un ratito, me había picado la curiosidad. Como sabía que al día siguiente se iría pues mentalmente me despedí de él para siempre, o por lo menos hasta el año que viene.

Por la noche mi marido me llevó a cenar a Benidorm , y tras la cena, no teníamos sueño y me propuso invitarme a un mojito en la orilla de la playa.

Aparcamos frente a un chiringuito. El lugar es paradisiaco por la noche, una playa inmensa de fina arena, un mar en calma, las luces a lo lejos de los pescadores, y un Chiringuito bonito con sillas y mesas, y agradable música ambiente, bajo las luces de colores. Tomamos asiento y esperamos al camarero.
- Que desean los segnores?

Ambos volvimos la cabeza a un tiempo. Era Alejandro, o sea “Alex”. Nos quedamos parados sin saber que decir. De pronto apareció una sonrisa en su cara.

- Ja, ja! Es broma, yo no soy el camarero. Os vi y pensé, voy a gagstarles una broma.
- Ja, ja! Reíamos con él.
- Puedo sentarme con vosotros, estoy sólo y es mi última noche en España.
- Claro, claro! Dijo mi marido yendo a buscar una silla para él. Lo colocó entre ambos.

Mientras yo repasaba mi indumentaria, y pensé que menos mal que me había colocado la mini vaquera, y una camisa blanca que transparentaba mi blanco sujetador, con la que me veía muy sexy. Me gustaba la forma con la que me miraba el guiri.

La conversación como el otro día era amena y divertida. Mi marido traía cervezas y más cervezas para ellos, y para mí ya iba por el tercer mojito, y me reía por cualquier cosa.
El chico se excusó para ir al aseo a aliviar tanta cerveza.

Entonces mi marido me dijo:

- Te gusta el guiri, no?
- No está mal, me rió mucho con él.
- No me refiero a eso.
- Sé a qué te refieres y sí, está buenísimo.
- Pues es el último día que estará aquí.

Me callé porque me dio temor preguntar si eso quería decir que me iba a fastidiar, o que aprovechara la ocasión, y si preguntaba a lo mejor escuchaba lo que no quería. Así que mejor callarme. Simplemente le dediqué una sonrisa pícara. En otra situación le hubiera respondido ofendida pero los mojitos estaban haciendo efecto.

El guiri volvió con una  sonrisa en la cara.

- ¿Porque no nos sentamos en un patinete cerca del mar?

Efectivamente en la orilla del mar, hay una zona de patinetes de pedales que durante la noche, están varados, pues no se usan.
- Un chico los vigila pero no creo que diga nada si nos sentamos sin hacer tonterías. Aparte está en la barra y creo que está más bien borracho de tanto beber, no creo que ni nos vea. Añadió el guiri.

Con la bebida en la mano, nos dirigimos allí, mi marido y Alex se sentaron en el lateral del patín, y yo con mi minifalda no sabía dónde colocarme, pues estaban llenos de arena.
Me senté sobre las piernas de mi marido, con las piernas hacia Alex, no era cuestión de darle la espalda.
Evidentemente desde donde estaba podía observar mis braguitas blancas a la perfección. No dejaba de lanzar miraditas a hurtadillas, y me estaba poniendo algo cachonda ya.
Mi marido dijo de bañarse a la luz de la luna, lo que alegró mucho a Alex, yo no quise, eso de bañarse en braguitas no me va nada.

Ambos se quitaron rápidamente la ropa y se metieron corriendo al agua en calzoncillos, todo un espectáculo.

Tras un rato de hacer el tonto, que esperé de pie, pues no tenía donde sentarme con garantías, salieron del agua entre risas.
Alex se secó con su propia ropa. Pero mi marido había dejado la ropa en la arena y no estaba en condiciones de servir de toalla.
Nos sentamos de nuevo en el patín, pero no podía hacerlo encima de mi marido estaba totalmente mojado, así que le dije:
- Pues me duelen las piernas de estar de pie. Con tu permiso me siento en las piernas de Alex.
Mi marido hizo un gesto de esos de me da igual.

Por lo que me senté encima del guiri.
Estuvieron contando lo fría que estaba el agua, pero lo guapo que es bañarse de noche completamente solos, y tal y tal…. durante un rato.

Mi marido viendo el panorama, dijo:

- ¿Queréis unas bebidas?.
- Si por favor yo quiero otro mojito. Le dije con cara de “estoy algo salida”
- A mí me apetece otra cerveza. Dijo el escocés.

Mi marido se agachó cogió sus pantalones, que es donde lleva el dinero. Y echó a andar.

- No tengas prisa mi vida, no sea que te caigas en la arena. Le dije cuando llevaba dos metros alejado de nosotros.
- Vale, iré despacio!

Yo seguía sentada sobre el escocés, y él estaba que no sabía que decir, la situación le superaba.
Entonces se me ocurrió algo extraño.
Miré para Alex, y le pellizqué un pezón.
Pegó un saltito, y se encogió, levantó la mirada pero no me dijo nada.
Así que le pellizqué el otro pezón. Otro saltito, otra miradita y nada.
Cuando fui a repetir la operación, me dijo…
- A que te cojo yo a ti también las tetas!!!

No hice ni caso, otro pellizco se lo dejó claro.
- Seraaaaaaaass!!!! E intentó pellizcarme a mí.
Comenzó una guerra de manos, y manotazos, que yo tenía pensado perder en el momento que me interesara.
Al final el varón pudo más. Jaja!. Y me cogió una teta por encima de la camisa.

- Llevas ventaja, llevas sujetador.

Metí la mano y me lo quité. Se me transparentaban las tetas a través de la camisa perfectamente.
- ¿Y ahora? Le reté

- Esta vez no se cortó, me pellizco un pezón. Y ahora di yo el saltito. Luego el otro. Mientas yo intentaba pellizcarle a él, pero se defendía bien.

La camisa con el trajín se me abrió y las tetas estaban materialmente al aire.
En la pelea su cabeza quedó cerca de ellas. Entonces paré y me quedé muy quieta. Él entendió el motivo, así que acercó su boca a uno de mis pezones y lo chupó.

Yo cogí su cabeza y la apreté contra mí. Después apartó su cabeza y me comió el otro, al tiempo que chupaba me daba mordisquitos. Estaba a cien, me estaba calentando una cosa mala.

A lo lejos vi venir a mi marido.

Cuando llegó estábamos muy formalitos. Aunque el sujetador blanco en el suelo, era bastante evidente.
Mi marido nos dio la bebida. Me miró, después miró el sujetador. Se agachó hacia mí y me dio un beso en los labios diciéndome…
- Cariño me apetece dar una vuelta en soledad a la luz de la luna. Estás de acuerdo?
- Si cariño, claro lo que tú quieras.
- Tardaré unos veinte minutos.
- De acuerdo mi vida, aquí te esperamos. Te quiero!
- Yo más, No lo olvides !

Dio la vuelta y echó a andar hacia el final de la playa.

- Se ha dado cuenta tu marido? Me preguntó con cara de asustado.
- Sí claro, por supuesto. Pero me quiere y sabe que me apetece estar un rato contigo.

Se calló no entendiendo bien la situación, pero con los ojos fijos en mis pechos al aire esperando sus caricias no había nada más que pensar ni que decir.
Se lanzó a comerlos con avidez, a morderlos y a meterme mano por todos los lados. Sus manos subieron por mis muslos, y entraron en contacto con mis braguitas, totalmente húmedas, por fuera de ellas comenzó a pasar un dedo arriba y debajo de mi vulva, y a pararse durante ratitos en mi botoncito el placer. Me escurría de gusto.

De pronto me puso en pie. Y con delicadeza y lentamente me quitó la camisa. Desde el chiringuito se nos podía ver perfectamente. Y estoy segura que más de uno de los pocos clientes, se dio cuenta de lo que pasaba. Así que me cogió de la mano y me llevó al final de la zona de patines y nos pusimos entre dos bastante ocultos. Allí se puso de rodillas y me cogió de la cintura, me desabrochó la falda y tiró de ella hacia abajo hasta llegar a la arena. Después cogió de los laterales mis braguitas blancas y las jaló hasta sacármelas por los pies.

Pegó su nariz a mi palpitante coñito, de pronto noté la punta de su lengua tocar mi clítoris. Me estremecí de placer. Me empujó suavemente y me dejé caer en la arena. Ya detrás de los patines no se veía nada desde el chiringuito.
Metió su cabeza en mi coñito y durante unos minutos estuvo lamiendo todo mi coño, arriba y abajo, deteniéndose en el clítoris, hasta que no pude más y me corrí casi en silencio, pero no pasó desapercibido para él. Mi marido no me había chupado así en la vida.

Entonces se quitó el calzoncillo, hasta ese momento no había visto nunca una polla de un pelirrojo. Me extraño el color de sus pelitos, creía que serían también morenos, pero no eran pelirrojos aún más claros que sus cabellos.
La polla era más o menos como la de mi marido, así que no note nada nuevo excepto que no era la suya cuando la acaricié, ya estaba dura como una piedra. Me indicó que se la chupara.

La cogí y la chupé. Estaba buena y salada por el baño que se había dado en el mar minutos antes, así que seguí chupando y chupando, hasta que comenzó a salir líquidito, y entendiendo que además podía correrse paré.

Comencé a darle una paja aprovechando la saliva.

Entonces me dijo:

- ¿Quieres que te folle?
- Si quiero, ¿llevas condón?
- No, ese es el problema.
- Entonces mejor no.
- Es queeeeeeee.
- Si no llevas condón te doy una paja y ya está.
- Por favor.
- No.
- Por favor.
- No.
- Sólo la puntita, vale?
- No.
- Sólo la puntita, por favor.

Me daba pena, era su última noche, así que le dije…
- Solo la puntita, pero cuando vayas a correrte la sacas, eh?
- Vale. Dijo todo contento de alegría.

Se colocó encima de mí en posición.

Colocó su polla en la entrada de mi cueva del placer. Y con un movimiento de culo metió todo el glande. Me creía morir de gusto, durante unos segundo aguantó la situación, no necesitaba más polla. Así estaba bien, estaba siendo mediofollada por un mediodesconocido, con aprobación de mi marido, madre mía, me corría sólo de pensarlo.

De pronto noté que ya era media polla lo que tenía dentro.
- No me la metas toda eh!
- Vale, me dijo y se retiró un poco.

Estaba que se me iba la cabeza de gusto, casi no podía ni pensar. Me descubrí a mi misma diciendo…

- Joder, fóllame entera de una vez. Métemela toda, escocés!

Apretó su culo y me la metió hasta dentro.
Que gusto, me creía morir. Me iba a correr. Comenzó a darme culazos, un mete y saca, trepidante, pero corto, en unos cinco segundos susurré fuerte… Me corrooooooo!!!

Todo mi cuerpo se convulsionaba de placer, me sentía al borde de perder la consciencia.
El dio otro par de culazos más, y de pronto sacó rápido su polla. La leche le salía a borbotones, cayendo por mi pubis con sus escasos pelos. Como si fuera un volcán no paraba de emanar leche y más leche. Dejé que me la echará toda por mi barriga y mis pechos, me apetecía sentir el líquido calentito recorriendo mi cuerpo

Estuvimos unos minutos sin decir nada.

- Es tarde. Le dije.

Nos levantamos, sin hablar más, y nos arreglamos la ropa.
Justo el momento, pues al fondo veíamos a mi marido volver. Nos sentamos de nuevo en el patín, como si nada hubiera pasado.

Al llegar mi marido me dio un fuerte beso.

- Pareja, me voy a ir. Me ha encantado conoceros. Os dejo mi email por si veniis a Escocia !
- El placer ha sido mio, respondió mi mujer dándole un beso en los labios.

Yo le alargué la mano y le guiñé el ojo. Parecía arrepentido, y eso le tranquilizó.

Fuí abrazada a mi marido hasta el coche, donde él me dijo:

- ¿Lo has pasado bien?.
- Sí, mucho.
- Pues eso es lo importante. Te quiero!
- Cuando lleguemos a casa te limpio, que tienes manchas.

Me dijo que quería sentarse atrás por estar más estirada. Cuando habiamos salido de Benidorm, escuché que se estaba corriendo. Miré por el retrovisor y se estaba tocando los pechos todo mojados aún de la corrida. Tuve que parar en un rincón del camino.